viernes, 3 de diciembre de 2010

Atónito y disperso.

Todo comenzaba una noche en la que yo no podía sentir más que a mi corazón bombeando de un punto a otro de mi cuerpo, recorriéndome por cada centímetro. Podría dibujar un trazo extremadamente perfecto, como un impulso nervioso que sucedía cada medio segundo, que me acortaba la respiración a su paso, y me aceleraba la vida. Oh dios ¡me iba a explotar! Notaba que no podía resistirlo más, que como se me fuera de las manos me iba a alborotar y al final acabarían huyendo mis ganas de bostezar, para así, unirse con la noche. Podía incluso describir cada zona en la que hacía una parada para descargar su energía, que, ¿negativa? Me hacía sentir fuera de mí. Comenzó por las muñecas, que vibraban cual discoteca con su alocada música sobre un mueble cercano, el pulso me desbordaba y yo trataba de perseguirlo con mis dedos intentando acompasar su movimiento con mi frenético corazón, deseaba afrontar ese reto. Seguía por mi garganta, que carraspeaba a voces que soltara su nombre, así, sin más, para luego, con cuidado y de repente, bajar hacia mi pecho, y pobre pecho, necesitaba ayuda hasta para respirar. Una bocanada de aire me era ya insuficiente, el ritmo de la sangre aumentaba, como si con mis dedos bailase, podría palparse a la mínima si no fuera por la gruesa capa de mi piel. Ansiedad sintomática, y un flujo de sensaciones inverosímil, que contrariedad, notaba que me iba a morir y al mismo tiempo me sentía tan viva. Me encontraba ya tan cerca del límite, pero para mí, era más real que cualquier otra cosa.

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